
¡Ojalá viviera Carlos Villarreal! ¡Ojalá estuviera Teto! Se escucha decir en muchos de los hogares de Juaritos que hoy son azotadas por la violencia. Asesinatos y hasta encobijados a diario se reportan en cualquier zona de la ciudad, hasta en el Pronaf. Quizás el suroriente donde vive la mayor parte de los juarenses tenga el mayor número de homicidios. No hay día que no corra la sangre. Las generaciones de adultos mayores recuerdan a Carlos Villarreal y a su jefe de Policía el coronel Rosendo de Anda por haber pacificado la ciudad en el periodo de 1947 a 1949. Resolvió con mano dura en una época convulsa para la ciudad y con un marco jurídico muy pobre en comparación al de la actualidad, con vacíos legales que le permitieron accionar y aplicar hasta ejecuciones extrajudiciales que hoy le tendrían en la cárcel. Pero no fue así, logró que los habitantes de la frontera durmieran con las puertas y ventanas abiertas y fue más allá. Sin recursos públicos realizó obras como el puente Carlos Villarreal que conectaron a Juárez con el El Paso, el Hospital General, la estación número 2 de Bomberos, la clínica de salud número 1 y el reformatorio juvenil cuyo edificio principal lo ocupa hoy el Tec de Juárez; pero lo más importante , brindó buenas condiciones a sus policías y les edificó una colonia completa para sus familias lo que le ganó la lealtad de los agentes para cumplir los objetivos de mantener en paz la ciudad. Algo similar ocurrió con Héctor Murguía Lardizábal y el teniente coronel Julián Leyzaola. En el 2010 lograron reorganizar la Policía Municipal diezmada por los embates de la delincuencia y la corrupción. Bajaron los homicidios a un nivel que dio tranquilidad y dejó de ser la ciudad más violenta del mundo. La tarea se dejó de hacer en los siguientes años y nuevamente se está ante una Policía que aún y cuando está coordinada con el Ejército Mexicano, la Guardia Nacional y las Policías estatales, da palos de ciego y no ha podido evitar que Juárez esté entre las 10 ciudades más violentas. Los números oficiales indican que en 2020 se cometieron mil 642 homicidios dolosos en Juaritos, mientras que 2021 cerró con mil 415 y el año 2022 la cantidad llegó 1034 y este año la carnicería sumó 931 víctimas de las que 209 son mujeres y se perfila a rebasar la sangre derramada el año pasado. No hay indicios de que se alcancen los tiempos pasados o aquel promedio anual de 60 homicidios que se tenían en los primeros años del 2000. La sangre sigue corriendo y las causas son muchas. Las autoridades señalan últimamente las disputas entre bandas del narcotráfico que ahora trafican con migrantes y pelean un negocio de 200 millones de dólares mensuales. También el narcomenudeo y se agrega la prohibición que un cártel realizó en la ciudad a la venta de Fentanilo y Cristal. La violencia doméstica también sigue presente. En los primeros meses del año la Secretaria de Seguridad Pública y Protección Ciudadana, Rosa Icela Rodríguez, señaló que Chihuahua ocupa el cuarto lugar en homicidios. El primer lugar fue para el Estado de México, seguido por Guanajuato y Baja California en tercer lugar, de este ranking de violencia. Lamentable Juaritos figura en los primeros lugares. Hoy con más de 931 homicidios, cantidad suficiente para llenar un panteón. Ciertamente como dice el alcalde Cruz Pérez Cuéllar, la violencia ni está desbordada, se mantiene en un nivel y la mayoría de las víctimas son personas relacionadas con negocios del crimen organizado. También hay otros móviles y factores. Pero deja por alto que es un problema no resuelto, no de su admiración porque inició en el momento en que Felipe Calderón entregó la seguridad del país a la delincuencia al nombrar a Genaro García Luna como secretario de seguridad. Desde el 2008 las víctimas se convirtieron en estadísticas y números para los políticos. Perdieron su identidad. Aún así no resolvieron la violencia. Ese año fueron un par de miles de muertos y desde entonces los crímenes no bajaron del millar anual y el número de víctimas en dos décadas es mayor al de un conflicto bélico y la estadística sigue creciendo. Lo más atroz es que también hay víctimas inocentes como las caídas en el jueves negro. Los jóvenes son quienes más muertes aportan y parecen no importar cuando se etiqueta su muerte como una más de la disputas entre delincuencia organizada, aún sin que el caso esté resuelto y el homicida en la cárcel como debiera ser. En la mayoría de los casos su carpeta de investigación se reduce a un acta de defunción. No hay más. De los gringos que también tienen su buena culpa en lo que ocurre con la violencia hablaremos otro día porque es un tema muy extenso que inicia con la venta de armas y el narcotráfico, que son el verdadero negocio de la muerte y en el que difícilmente podrán hacer algo las autoridades mexicanas para frenarlo, aún y con sus programas de Se Busca realizados por los vecinos del norte para presentar trabajo. La realidad de estos negocios ilícitos la pagan ciudades como Juaritos donde la sangre sigue corriendo en sus calles enlutando familias. Ahí, mientras los políticos en turno se concentran en el 2024, es donde la gente mayor y no la no tanto, recuerda la mano dura de Carlos Villarreal y la de Leyzaola y los añoran.