Invitado Especial

Pero, ¿Y si es relevante hablar de arte?

  • Por Guadalupe Herrera
Pero, ¿Y si es relevante hablar de arte?

“El arte, a los soñadores nos conecta con los anhelos, angustias y utopías de quienes vivieron antes que nosotros”.

Desde el momento en que el ser humano pintó las primeras figuras en las paredes de una cueva (el hoy tan explotado arte rupestre), el arte comenzó a desempeñar un papel fundamental en la construcción de nuestras identidades colectivas. En particular, no puedo concebir el análisis histórico sin considerar el arte como un testimonio profundo, emocional y político de cada 
época.

El arte no es un lujo decorativo, ni un mero entretenimiento; es una forma esencial de conocimiento, una herramienta de resistencia, un vehículo de poder simbólico y un espejo que ha registrado de modo tangible la evolución de las sociedades.

En este espacio exploraremos cómo el arte ha sido y sigue siendo un instrumento insustituible en la construcción de la memoria colectiva, en la transformación social y en el fortalecimiento de las profesiones que interpretan, cuidan y reinventan el legado cultural de la humanidad.

El arte trasciende lo narrativo para encarnar la historia. A diferencia de los documentos oficiales, muchas veces escritos desde una perspectiva dominante, el arte ofrece versiones 
múltiples y a menudo silenciadas del pasado. Las vasijas griegas, los códices prehispánicos, 
los retablos coloniales, los murales del siglo XX… cada uno de estos soportes nos ofrece datos 
y símbolos que enriquecen la visión cronológica tradicional.

Como amante del arte y sus expresiones, he aprendido que detrás de cada obra hay un entramado de creencias, conflictos, rituales y aspiraciones. Un fresco renacentista no solo refleja una técnica depurada, sino también una cosmovisión religiosa, una estructura de poder 
y una concepción del cuerpo que hablan tanto como cualquier tratado teológico de su tiempo. 


El arte ha cumplido un papel crucial en contextos donde la escritura fue negada, reprimida o inaccesible. En comunidades orales, marginadas o colonizadas, el arte ha funcionado como una forma de preservar y transmitir la historia. Así, una escultura africana, un tejido andino o una pintura indígena contemporánea contienen saberes que la historia oficial muchas veces ha 
ignorado o minimizado.

Si bien es cierto, a lo largo de los siglos, el arte ha sido utilizado por quienes dominan el poder, pero también por quienes lo desafían. Los imperios antiguos erigieron monumentos que exaltaban la supremacía de sus dioses y gobernantes. La Iglesia, durante siglos, financió obras para consolidar su hegemonía espiritual y política. Los retratos de reyes, las catedrales góticas y los palacios barrocos no eran solo arte: eran mensajes visuales que transmitían orden, autoridad y fe.

Sin embargo, el arte también ha sido herramienta de resistencia; desde los 
grabados de Goya hasta el muralismo mexicano, pasando por el arte de vanguardia en regímenes totalitarios o las performances contemporáneas que denuncian el racismo o el 
patriarcado, el arte ha servido para cuestionar el statu quo. Lo visual se vuelve entonces un espacio de disputa simbólica, un territorio donde hay oportunidad de reescribir la historia.

Todos podemos observar, cómo el arte popular, urbano e indígena ha logrado irrumpir en los discursos oficiales para recuperar memorias oprimidas. Exhibir una obra en un museo no es solo una decisión estética, sino también política. Elegir qué mostrar, cómo contextualizarlo y 
a quién incluir en el relato cultural es una responsabilidad ética que define la manera en que una sociedad recuerda y proyecta su identidad.

El arte no solo es parte de nuestro pasado; es clave para comprender el presente y construir una sociedad más consciente y plural. Preservar el arte, difundirlo y estudiarlo es una tarea urgente frente a un mundo que, en muchos contextos, tiende a recortar presupuestos culturales, 
mercantilizar la experiencia estética o reducir la educación artística a un ornamento curricular.

Entonces, el arte no puede ni debe desligarse de la historia, ni del presente ni de las luchas 
sociales que aún se libran por el reconocimiento, la dignidad y la memoria. Apostar por el arte 
es apostar por una humanidad más reflexiva, diversa y libre.

En una sociedad occidentalizada, donde se valora la innovación y la sensibilidad cultural, las habilidades que se cultivan a través del arte —pensamiento crítico, empatía, creatividad, análisis simbólico— son más necesarias que nunca. Ignorar el arte es empobrecer nuestra 
capacidad de imaginar, de narrar y de transformar el futuro.