Por Osbaldo Salvador Ang.- La reforma mal llamada y mal hadada, conocida como de la Supremacía Constitucional, significa en toda su extensión la implantación de la Dictadura Imperfecta.
Este mecanismo descompone cien por ciento el equilibrio entre Poderes y alimenta la fuerza del Legislativo que en realidad se ha constituído en un títere del Ejecutivo.
Ni siquiera López Obrador, en sus seis años de Gobierno, se atrevió a tanto; su ignorancia del Derecho no le llevó al extremo de destruir el andamiaje jurídico que mantenía un creciente Estado Democrático.
Pero La Sheinbaum es científica, así que debe andar en estos momentos por la luna, incapaz de entender la dimensión y el alcance de esa reforma que destruye el sistema de pesos y contrapesos en todos los órdenes habidos y por haber.
Para ella todo deberá versar sobre perder o ganar una batalla política y aplastar al país como si fuera suyo, sin considerar los avances democráticos que se habían conseguido en treinta años.
Así que cualquier cosa que el Segundo Piso de la Cuarta Destrucción quiera implementar sin oposición, lisa y llanamente le insertará en el texto constitucional para que sea aplicable –vigente- sin medios de impugnación.
Harán de la Constitución un mamotreto interminable en donde legislarán hasta el uso del papel del baño y el jabón que deba usarse en los lavaderos públicos.
El mejor ejemplo de esto es el requisito de conseguir cinco cartas de recomendación de los vecinos para competir en los cargos de la Judicatura.
Destruyeron ellos mismos, el concepto ortodoxo de la Supremacía Constitucional y la jerarquía jurídica, olvidándose por completo de las Leyes Generales y los Reglamentos.
La nación se convertirá en una olla de presión, sin duda alguna, que en algún momento –parece ser que muy pronto- estallará de un modo u otro.
Y lo digo desde aquí, porque éste es mi pódium.