Mi Pódium

Mazal Tov

  • Por Editor R
Mazal Tov

Por Osbaldo Salvador Ang

Parado frente al ventanal de la cocina, volteé a ver el paisaje, amplio panorama silueteado por unos cerritos pequeños al fondo, la barda de piedra limítrofe de mi propiedad, unas nubes muy blancas arriba y el cielo azul de fondo.

Junto a la barda de piedra, en cuyo pie había unos árboles raros, frondosos pero abiertos entre sus secas ramas, de un color verde pino, sonó un aleteo muy fuerte, tres o cuatro veces, como sacudidas al aire.

Alcancé a ver, parada sobre la barda de piedra, el dibujo de una mujer, de color grisáceo, sombría, que extendía sus alas y luego las plegaba, sin dificultad alguna, lentamente, con una gracia espontánea y singular.

Me veía directamente, con sus enormes ojos de color de noche, oscuros pero brillosos, intensos y directos; sentí que me conocía, por la forma en que me miraba, y aunque yo admiré la belleza de su rostro, no pude identificarla.

Me veía con ternura, o con lástima, como mira una mujer a un niño desvalido, en una especie de mensaje silencioso que no alcancé a descifrar sino hasta que, después, emprendió el vuelo tranquilamente.

Entre el ventanal y la barda de piedra, donde se posó como un ave gigantesca la mujer alada, había una fuente de agua que refrescaba el ambiente y relajaba con el sonido del chorro de agua que se producía en el lugar.

Palomas, golondrinas y chanates, descendían a tomar agua. Hundían el pico en la fuente, luego lo levantaban hacia el cielo, tragaban en pequeños sorbos el líquido y miraban arrobados el mundo que les rodeaba.

Yo tomaba una pequeña taza de café, sin azúcar, sin crema, negro, que había preparado de una bolsa del colombiano que había adquirido en una tienda Sams de la ciudad de El Paso, Texas.

Escuchaba Too Old to Rock And Roll, Too Young to Die (Demasiado Viejo para Rockanrolear, Demasiado Joven para Morir) de Jethro Tull que oía desde los setentas en la vieja casona de la 20 de Noviembre y calle 34, la cual desapareciera por cierto a raíz de la tromba de 1990.

La flauta de Ian Anderson, rapídisima, se mezclaba y se trenzaba con las guitarras acústicas y eléctricas que han caracterizado al grupo, enmarcadas por una batería basada principalmente en golpes y redobles de tarola en un ritmo nostálgico o retro, folck rock, le dicen algunos, que solo la voz de Anderson podía pintar tal cual.

Me pareció que la mujer alada me dijo que no con ligeros movimientos de cabeza, sin que se moviera su largo y ondulado cabello que caía sobre sus hombros y le daba un toque muy grande de femineidad. Luego, aunque no supe realmente si fue mi imaginación o realmente sucedió, juntó su dedo índice con el medio, los llevó a sus labios e hizo que un beso suyo viajara por el viento hasta mi boca.

Sacudió sus alas, se elevó hacia el cielo, sin voltear a verme salió entre los árboles y se hizo chiquita conforme se alejaba, hasta perderse en el horizonte de ese cielo muy azul, bordeado por las grandes nubes blancas. Al fondo el caserío sirvió de marco al paisaje y los árboles pináceos se movieron entre si y chocaron sus ramas.

Claro que de inmediato me vino a la memoria el cuento de Gabriel García Márquez, Un Señor Muy Viejo con unas Alas Enormes, que escribió el extinto Premio Nóbel con inigualable maestría. Sin embargo entre la historia del escritor colombiano y la mía, había una tremenda y holgada diferencia: lo mío era real. No era mi imaginación el haber visto esa especie de Lilith que había ido para enviarme un mensaje de reprobación, según pude entender, o de alerta para comprender hechos del futuro inmediato en mi vida.

En la noche me acosté sin cenar.

Abrí la ventana para que entrara el aire fresco que mitigara un calor de día de hasta 34 grados centígrados y me envolví entre las sábanas. Antes, puse en el Aple Music el disco completo de Sabotaje de Black Sabbath, apagué la luz y me dispuse a dormir tranquilamente.

Sin embargo, entre la música y la noche, escuché en el clóset unos ruidos extraños, como aleteos, intermitentes, que me aceleraron el tom-tom del corazón y me hicieron abrir los ojos y volver a la vigilia. Me puse de pie, aterrorizado, pero sin prender la luz me dirigí al clóset y subí el apagador. Al momento de hacerlo, se escuchó muy fuerte el aleteo, aunque al iluminarse el cuarto no había nada, no había nadie. 

Vi fijamente el piso y miré tiradas dos plumas de color negro, como de alas. Las tomé y las tiré al bote de la basura. Fue en ese momento cuando, espantado, me fijé en el espejo, sobre cuya superficie había un texto escrito como con lápiz labial del que usan las mujeres para pintarse la boca. Decía: Mazal Tov.

No entendí nada, obviamente, ni supe en que lengua o idioma estaba escrito ese mensaje, hasta que me metí al google y tras una hora de ensayar con el buscador, puede saber que había sido escrito en hebreo y que Mazal Tov significaba: buena suerte.

(Cuento)